Opiniones| lunes, 18 de mayo de 2020

Carecer de calidad de muerte: una expresión de la cuestión social visibilizada por el COVID-19

Desde el surgimiento del COVID-19 ha habido miles de muertos, muchos de ellos poseedores de patologías previas, lo cual les implicó una disminución de la supervivencia. Por ello es que propongo cuestionarnos si esas víctimas fatales han sido objeto de políticas públicas orientadas a brindar una verdadera calidad de muerte.


por Micaela Solsona

La sociedad global está paralizada en todos sus aspectos producto del azote del COVID-19. Los sistemas de salud de las grandes potencias están colapsados y los profesionales que los integran han tenido que decidir que pacientes tendrían acceso a respiradores por sobre quiénes no. Incluso diferentes medios de comunicación han divulgado la noticia de que algunos hospitales de los EEUU se encuentran considerando la posibilidad de una orden para no resucitar a aquellos pacientes infectados por el coronavirus y optar por brindar tratamiento para el control del dolor (FMImpacto, 2020). Cabe mencionar que este país actualmente acumula cerca de 65.435 muertos por el virus y demoro bastante tiempo en tomar medidas para minimizar su propagación, mientras que la cifra en Argentina asciende a los 218 fallecidos y las acciones de contención han sido casi inmediatas. La diferencia expuesta entre las situaciones de ambos países radica en cómo el aparato estatal, mediante las políticas públicas, a tratado el problema, y si bien es un hecho que tenemos una tasa de mortandad relativamente controlada, eso no implica que existan personas que indefectiblemente van a fallecer por complicaciones asociadas a poseer patologías previas en combinación con el virus. Por ello es que considero,- en lo que respecta particularmente a nuestro país- que es menester  cuestionarnos sobre las miradas de estas políticas sobre aquellos a quienes es imposible evitarles la muerte.

La realidad es que actualmente las medidas estatales se centran en salvar vidas, las cuales luego de recuperadas se reinsertaran en el mercado de trabajo, y el virus contra el que luchan tiene una alta tasa de mortandad en adultos mayores y personas con enfermedades crónicas, es decir aquellos sujetos que en su mayoría no solo no son parte del mercado de trabajo, sino que representan un gasto para el Instituto de Previsión Social (IPS) y para la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). Esta centralización se traduce en que hoy se hablen en los medios hegemónicos de cuantos respiradores existen por ciudad, pero no de que postura tomara el Estado con respecto a los cuidados paliativos para quienes se sabe no sobrevivirán.

Albornoz (2015)  define a este concepto como “{…} una muerte libre de angustia y sufrimiento evitable para los pacientes y sus familiares, de acuerdo a sus deseos, y razonablemente coherentes con los estándares clínicos, culturales y éticos.”. Siendo a ello que agrego la necesidad complementar el concepto pensándolo como un acompañamiento en las dimensiones físicas, psíquicas y de autonomía durante un proceso de degeneración de las mismas, el cual se constituye como un momento traumático en la historicidad tanto del enfermo como de sus vínculos, y las instancias posteriores a la producción del deceso. Si bien hoy en la Argentina hay una legislación sobre la muerte digna (LEY 26742), la pandemia evidencio una carencia asociado al acompañamiento real en el proceso de enfermedad, y posterior defunción.

Dicha carencia es una expresión de la cuestión social, revitalizada por un contexto de crisis sanitaria. La matriz conceptual desde la que me posiciono para hablar de dicho concepto es la perspectiva teórica-critica, y particularmente desde la autora Rozas Pagaza (2001), quien define la cuestión social como la relación contradictoria entre capital/trabajo la cual adquiere determinadas manifestaciones vinculadas a un contexto histórico particular. Hoy hablamos de un contexto en el cual se suscitan muertes masivas y donde la producción de capitales está detenida a fin de evitar la destrucción masiva de aquello única que no puede producir el sistema por sí mismo, la población trabajadora (Fraser, 2016). Es a partir de todo esto que considero pertinente afirmar que al no existir otra forma que la biológica para producir trabajadores las políticas de los Estados se centra en proteger sus vidas, a fin de proteger en última instancia al capitalismo. Mientras que brindar una calidad de muerte no cataloga como prioridad porque no afecta la perpetuación del sistema.

En conclusión hoy, y normalmente, accede a tener calidad de muerte aquella población a la que la brecha de desigualdad económica-social le afecta en menor medida. Mientras que el no acceso a ella se convierte en una manifestación contemporánea de la cuestión social y por ende una complejización de la estructura social actual.

Bibliografía

Albornoz, O. (2015). Calidad de vida y calidad de muerte en el contexto de cuidados paliativos. Buenos Aires.

FMImpacto. (30 de Abril de 2020). El triaje en tiempos de coronavirus: quién vive, quién muere, quién decide. FMImpacto .

Fraser, N. (2016). El capital y los cuidados. Traficantes de sueños.

Rozas Pagaza, M. (2001). La cuestión social contemporánea y la intervención profesional como campo problemático. En La intervención profesional en relación con la cuestión social (pp. 219). Buenos Aires : Espacio Editorial.

Ilustración: Edvard Munch.

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