Dentro del contexto de sujetos que son etiquetados y/o diagnosticados con trastorno del espectro autista (TEA), con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), entre otros, son quienes encabezan la lista de “medicalización del sufrimiento”, sin tener en cuenta la singularidad de cada niño y niña, ni sus contextos. En tal sentido, se generalizan los supuestos “trastornos” partiendo de “síntomas” que permiten reconocerlos para luego sugerir una lista de medicamentos que compensan ese déficit.
Si se logra comprender que un niño, una niña es en parte por su contexto, su historia personal, los recursos o no que tenga para acceder, desarrollarse, interactuar con pares y con los “otros” -y que no solo es un sujeto con signos, síntomas y factores biológicos que interfieren- entonces quedaría con menor fuerza la idea que la medicación es la única solución a las crisis, a los desajustes y a las conductas oposicionistas.
Desde edades tempranas los niños y niñas que son diagnosticados con Discapacidad, transitan múltiples espacios y terapeutas en busca de tratamientos, asesoramientos, intervenciones y cuando los trastornos conductuales se expresan, muchas veces los padres, docentes, terapeutas o familiares comienzan la búsqueda de una alternativa para disminuir esas “situaciones” que suelen pesar dentro y fuera del hogar.
La psiquiatría infantil es una disciplina que resuelve muchas situaciones críticas, llega para dar respuestas inmediatas al sujeto y su familia, pero la pregunta que debemos hacernos es si solo es necesaria la medicalización del sufrimiento para evitar las crisis disruptivas y la hiperactividad con trastornos de la conducta.
En tiempos de aislamiento social preventivo y obligatorio estos niños y niñas se encontraron en espacios reducidos, otros, en espacios amplios, con más o menos elementos lúdicos y situaciones sociofamiliares de las más diversas. Entre esto la FONOAUDIOLOGÍA, como parte de un equipo interdisciplinario, como disciplina que acompaña a otras, irrumpió en los hogares a través de videollamadas, mensajes y audios, para acompañar, guiar y sostener a esos otros a través de la PALABRA, del juego, de las canciones, de las narraciones, de las miradas, de los arrullos. Desde la comunicación podemos interferir en las más diversas situaciones, ya no sólo como unidad de reeducación y/o rehabilitación, sino también como mediadores, engrama entre el sujeto, su familia y el contexto.
Es desde este paradigma donde debemos interpelarnos y permitirnos descubrir que la medicación sola nunca es suficiente, que la actividad física y lúdica placentera reafirman su autoestima y pueden regular las descargas de tipo impulsivas, en tanto que la atención y la contención pueden evitar las crisis disruptivas. La socialización en espacios de recreación, la interacción con pares en ámbitos escolares, la intervención con la fonoaudióloga en el ámbito de trabajo, la participación dentro del contexto familiar confluyen en un todo que permiten readaptarse y ajustarse a su cotidianeidad.
La “palabra”, la frase hecha música, cuento o poesía transfiere sentimientos, emociones, significado y significante, permite la “comunicación”, por tanto, es ese el punto de encuentro de los/as fonoaudiologos/as con estos niños y niñas que aislados/as han manifestado un aumento en la aparición de desajustes a nivel conductual, en muchos casos llegando a las lesiones para sí y para otros, en un contexto donde la medicación sola no da respuestas.
Allí donde se creía que el niño, niña estaba estable por la medicación, la pandemia que nos aisló demostró que además requiere de los vínculos, de los juegos (con pares y adultos), de las interacciones, de rutinas, de salidas recreativas, de la escuela como ámbito dinámico de intervención y además que necesitan de la comunicación, de las emociones, del contacto, del gesto, de la voz, de la mirada, de dar y recibir palabras.
Ilustración: Nicolás Schuck.
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