Opiniones| martes, 28 de abril de 2020

Vivir en cuarentena: la situación de los manicomios en contextos de aislamiento social, preventivo y obligatorio por COVID-19

El encierro no es terapéutico, señaló Franco Basaglia durante la reforma italiana. La actual pandemia impone repensar en las instituciones manicomiales, un manejo situacional que no implique un recrudecimiento de las condiciones de encierro y por otro lado aprovechar la oportunidad de instalar socialmente el modelo de la salud mental comunitaria.


por Leonela Caiella

En el contexto actual, en que nos encontramos  como sociedad aislados en nuestras casas, sin ver a amigos/as, familiares, sin salir a trabajar, sin poder realizar actividades deportivas, recreativas, culturales, etc., sufriendo diversas consecuencias, no solo a nivel económico (quienes no tienen garantizado un salario), sino también emocionales, afectivas y donde la angustia, ansiedad, miedo aumentan día a día, es importante preguntarnos qué sucede con las personas que se encuentran internadas en instituciones manicomiales, con la complejidad que el aislamiento actual reviste en ellas.

¿Es posible un aislamiento social, preventivo y obligatorio en un manicomio? ¿En qué se diferencia el encierro y el aislamiento? Tal vez no sean preguntas que responderemos, pero si intentaremos introducir algunas reflexiones.

Una parte considerable de la población vive actualmente en manicomios en nuestro país, y según datos del Primer Censo Nacional de Personas Internadas por Motivos de Salud Mental[1], serian 12.035 personas, número que fue cuestionado, pero igualmente lo tomaremos de referencia.

La vida cotidiana en estas instituciones es como estar en una cuarentena permanente: no ver a amigos/as, familiares, no poder salir, no poder decidir sobre tu propia vida. Lamentablemente estas instituciones aun gozan de cierta legitimidad social para el tratamiento de la “locura”, claramente no cualquier locura, sino aquella que es improductiva, moralmente inapropiada y padecida por denominados “pobres”. Pensemos como debe ser transcurrir un aislamiento social, preventivo y obligatorio con 30 o 40 personas en un mismo espacio, donde la intimidad es algo público: una cama al lado de la otra, baños compartidos que no cumplen las condiciones de higiene adecuada, espacios poco ventilados y el arrasamiento subjetivo que produce la misma institución.

Podemos afirmar que las personas con internaciones prolongadas constituyen un grupo de riesgo ante la pandemia del COVID-19, no solo por la condición etaria, suelen ser personas envejecidas y deterioradas por los largos años de institucionalización, sino también por la frecuencia de patologías de base, principalmente las infecciones respiratorias que constituyen una alta mortalidad dentro de la institución. A esto le debemos sumar que en el contexto en el que viven verificamos una mala alimentación, uso indebido de psicofármacos, malas condiciones de higiene, calefacción inadecuada, abusos sexuales frecuentes, etc.

Por lo expuesto, quienes desarrollamos nuestro ejercicio profesional en el campo de la salud mental, tenemos que estar muy atentas a ciertas prácticas que dicen ser de “cuidados”, pero por el contrario vienen a reflotar viejas (o no tanto) prácticas manicomiales restrictivas de derechos. Como señalan diversos organismos de DD HH, la cuarentena no puede ser un encierro recrudecido para quienes transitan internaciones, por el contrario se debe trabajar en pos de darle al aislamiento un sentido del cuidado, lo que constituye una cuestión difícil de implementar. El cuidado y el auto cuidado no pueden restringirse a la actual emergencia sanitaria, sino que deberían ser incorporados como parte integral de la salud de las personas.

A pesar de que la libre circulación este restringida en estas instituciones, no se deben cerrar las salas ya que generalmente los predios son muy extensos y  permiten una circulación respetando la distancia social adecuada. Por lo tanto debemos garantizar que los usuarios  puedan circular, teniendo en cuenta las medidas de cuidado necesarias que el personal de salud debe incentivar.

Por otro lado, se debe garantizar el contacto entre la persona internada y sus vínculos, sean familiares, amigos/as, figuras de apoyo (acompañante terapéutico/a, cuidadores/as). Para esto es fundamental que dispongan de acceso a un teléfono, ya que el aislamiento no debería  implicar distanciamiento social. Paralelamente es muy importante que puedan acceder al cobro de los recursos económicos correspondientes siendo el Estado el garante de este derecho fundamental, que debe ser reforzado en la actual situación de pandemia.

Siguiendo con los aportes que el Trabajo Social puede realizar en este contexto, es esencial que las personas internadas participen activamente en las discusiones de las medidas institucionales, garantizando que su voz sea escuchada y que la información circule, donde el dispositivo asambleario ha demostrado que es muy fructífero para favorecer la comunicación y una convivencia respetuosa.

Es frecuente escuchar a trabajadoras y trabajadores del hospital, en el cual nos desempeñamos profesionalmente, la siguiente frase: “los tenemos que cuidar, esta es su casa”. Sin embargo, no estamos de acuerdo con esta afirmación, porque entendemos que el manicomio no es la casa de nadie, las personas continúan  allí porque el Estado no garantiza políticas sociales que resuelvan las problemáticas económicas, de vivienda, el acceso a  figuras de apoyo y el tratamiento de base comunitario, entre otras cuestiones.

Si el actual aislamiento obligatorio, social y preventivo, vivido en carne propia por todas las personas en nuestro país no ayuda a repensar y cuestionar al manicomio, habremos perdido la oportunidad de mejorar como sociedad.

[1] Realizado entre los años 2018-2019 en cumplimiento con la Ley Nacional de Salud Mental n° 26657

Ilustración: George Grosz

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