El largo camino hacia la justicia social

Esta nota de opinión reflexiona sobre la justicia social a partir de dos hitos que confluyen el 10 diciembre: el Día de los Derechos Humanos y el Día del Trabajador/ra Social. Para la autora, escenarios y contradicciones históricas promueven debates teóricos y definiciones políticas ante los enormes desafíos que plantean las problemáticas contemporáneas, las cuales exigen lineamientos nacionales e internacionales como replanteos epistemológicos.

Las primeras críticas a la modernidad europea fueron expresadas, siguiendo a Dussel, en nuestras tierras, aunque su aporte al pensamiento revolucionario decolonial resultó soslayado, como tantas otras producciones y saberes, por la estrategia eurocentrista. Las crónicas de Felipe Guamán Poma de Ayala, de ascendencia incaica, entre los siglos XVI y XVII, traen una óptica diferente a la de las crónicas existentes, ninguna escrita por indios, y denuncia al mal gobierno del virreinato, en claro contraste con las instituciones prehispánicas, pero también con las creencias cristianas y los ideales utópicos del humanismo europeo. Como Bartolomé de las Casas, asume una actitud de denuncia y es el primero en pedir la libertad de Hispanoamérica de cualquier dependencia y la eliminación de diversas formas de explotación indígena.

Hacia los albores del siglo XIX la modernidad europea anunciaba profundas transformaciones. Voces contrastantes asumían la necesidad de dar cuenta de ellas. William Godwin, político y escritor británico, planteaba como alternativa al modelo rousseauniano de sociedad basado en la igualdad jurídica de los individuos, un modelo de sociedad articulado sobre la igualdad material. El aforismo “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” se popularizó entre los ideólogos del socialismo y del anarquismo y fue retomado por Marx en su Crítica del Programa de Gotha. Mientras tanto se iba pergeñando la ingeniería cada vez más sofisticada de la acumulación y de la concentración del capital.

Ya en el siglo XX, las palabras de Malatesta enfrentaban a un mundo que ahora agudizaba posturas racistas y elitistas: “Las sociedades humanas para que sean convivencia de hombres libres que cooperen para el mayor bien de todos, y no conventos y despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal, no deben resultar de la creación artificial de un hombre o de una secta. Tienen que ser el resultado de las necesidades y voluntades, coincidentes o contrastantes, de todos sus miembros que, aprobando o rechazando, descubren las instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades”.

Esos escenarios y esas contradicciones signan los debates y los posicionamientos planteando desafíos políticos y de construcción de conocimiento. Dos hitos, uno de política internacional y otro surgido en el ámbito disciplinar y profesional del Trabajo Social, confluyen los 10 de diciembre. El primero creado después de las llamadas 1ª y 2ª guerras mundiales, cuando en 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en 1950 adopta la resolución 423 (V), invitando a Estados y organizaciones a que observen el 10 de diciembre de cada año como Día de los Derechos Humanos. Desde 1966 fueron adoptados asimismo dos pactos: el de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el de Derechos Civiles y Políticos. Los Pactos y la Declaración Universal constituyen la Carta Internacional de Derechos Humanos, que establece “los derechos civiles, políticos, culturales, económicos y sociales que tiene todo ser humano al nacer”.

Pero como sabemos que del dicho al hecho hay mucho trecho, para dar cuenta de la efectividad de las enunciaciones hacen falta mediaciones: militancias, políticas de Estado y ciencias sociales que se pronuncien en consonancia con los tiempos históricos. En la nueva trama social que surge en Argentina por aquellos años de pronunciamientos internacionales, surge la voz de Eva Perón: “La justicia social está al lado del país y en la entraña más digna y respetable. Es el imperativo de ayudar al que sufre, de asistir al caído, de acuciar al vencido, de atender al bienintencionado y al digno”.

“Yo no hago otra cosa que devolver a los pobres lo que todos los demás les debemos, porque se lo habíamos quitado injustamente.”. “Lo que doy es de los mismos que se lo llevan.” “Soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplirse como debe cumplirse: inexorablemente”.

Se entiende en esta construcción a la asistencia como un acto de justicia y como parte de la acción política encaminada a modificar sustancialmente las condiciones de vida del “pueblo”, cuya expresión “más pura” la constituyen “los obreros, los humildes y la mujer” (Eva Perón, 1951).

De esta forma, y a su maravillosa manera, Eva Perón expresaba uno de los debates más elocuentes y de los desafíos más importantes de las ciencias sociales ¿Para o con el pueblo? Como hecho simbólico pero también como razón epistemológica y ética en abril de 2012 en Paraná, la Federación Argentina de Asociaciones Profesionales de Servicios Social aprueba la modificación del día del Trabajador/a Social en Argentina. Hasta ese entonces se celebraba el 2 de julio, fecha con origen religioso, más precisamente católico, que entrañaba no sólo discriminación sino también una cuestionada orientación profesional. La modificación fue entendida como “Nada más definitivo para confirmar el rumbo y el posicionamiento que debe tener la profesión frente a sus responsabilidades sociales.” Asimismo expresaba: “creemos que la cuestión de los Derechos Humanos es sin dudas el gran horizonte que da sentido a nuestras intervenciones profesionales” y “que las luchas por los Derechos Humanos en nuestro país es, en gran medida, el símbolo de la recuperación y defensa de la Democracia y que en estas luchas han perdido la vida muchos colegas y estudiantes de Trabajo Social, que creyeron y pelearon por un país más justo y humano.”

Las concepciones históricas, dialécticas (o multilécticas) y colectivas y las luchas populares permiten analizar las condiciones para la modificación del orden vigente y su sustitución por un nuevo orden más humano, más universal, en el que sin duda estamos muchos y muchas comprometidos desde el quehacer profesional y desde cada una de nuestras inserciones en el debate y la acción política.

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