Hace unos meses realizamos en la Facultad de Trabajo Social un Taller de Microrrelatos. Lo que allí compartía –inicialmente- fue la necesidad de hacernos un tiempo y espacio para la escritura. Esa idea de tiempo y espacio resaltada con fosforescentes, abierta incluso a lo increíble, lo que puede conmovernos y sacarnos de algún tipo de caja de disciplinamiento. Tiempo y espacio para un tono, una frecuencia de voz. La escritura como un campo de fuerzas, de partida, de posibilidades, registro y pensamiento; como textura de nuestro cotidiano y nuestras experiencias. Compartía -además- una noción de microrrelatos –quizá- no como se utiliza en la literatura de manera más tradicional o experimental. No tomándolo con las constricciones que se plantean desde el género microrrelatos. La idea fue capturar escenas recurrentes del Trabajo Social, los cruces que se producen, las variantes que se presentan en su praxis diaria, con sus obstáculos, y recursos, para entonces, redimir el ejercicio de la profesión a través de una escritura que nos reúna, aglutine imágenes sensibles y próximas. Volver esas imágenes materia del deseo, imágenes que se desprenden de lo singular de nuestro trabajo. En la medida que nuestro deseo circule, también circularan nuestras voces y dejaran en el aire una resonancia.
Desde el comienzo intuí que vari*s compañer*s estarían interesad*s en la propuesta; muchas veces en el pasillo o en otros ámbitos, hemos charlado la profunda necesidad de generar escrituras porosas, abiertas a la lengua, entendiendo que las palabras, los gestos, los silencios, la mirada forman parte de nuestro trabajo y como ellas, las palabras, las nuestras. Nuestras escrituras -muchas veces- quedan relegadas al formato informe, al ensayo o al artículo académico, que apunta a otras discusiones de igual forma necesarias, pero distintas a las narrativas y poéticas que aparecen de manera constante en nuestro quehacer diario. Como diría Walter Benjamin, una narrativa que “…mantiene sus fuerzas acumuladas, como una semilla, y es capaz de desplegarse durante mucho tiempo”.
El espacio tiempo que nos dimos en la jornada lo registro con riquezas múltiples, anoté comentarios, disfruté estilos, conocí compañer*s que atraviesan y enfrentan ciertos aparatos burocráticos, me interesaron notas marginales, charladas a posteriori de la lectura que compartimos en ronda; imaginé e imaginamos un espacio tiempo para encontrarse con la literatura, activamos citas, nos desenojamos con la falta de tiempos, recuerdo el verso (de Juan Gelman) que llevé todos esos días en la memoria: Esperan/ vamos a empezar la lucha otra vez/ el enemigo/ está claro y vamos a empezar otra vez/ vamos a corregir los errores del alma/ sus malapenas/ sus desastres/ tantos compañeritos derramados/ hijitos derramados/ vamos a empezar/ llegó el día con su recordación de muerte/ llegó la noche con su recordación de muerte/ llegó la muerte con su recordación/ nosotros vamos a empezar otra vez/ otra vez vamos a empezar/ otra vez vamos a empezar nosotros/ contra la gran derrota del mundo/ compañeritos que no terminan/ o arden en la memoria como fuegos/ otra vez/ otra vez/ otra vez (Del libro, “Si dulcemente”, Roma, 1980).
Con agradecimiento, Gabriela Pesclevi
Ése instante. Por Eloísa Eva Servin
En el rincón. Por Marisa Damsky
La visita. Por Cecilia Molina
En el cordón de la vereda. Por Roxana Fischquin
Diego llega, y soledad parece que es lo único que tiene. Por Mónica Lubercio
Sobre los ¿perros?. Por Marcos Schiavi
Un lugar donde volver. Por Mariana Chaves
Imágenes desde el subsuelo. Por Germán Romoli
Margarita. Por Mercedes Tesei
Medias marrones de muselina. Por María Eugenia Stefanoff
Fotógrafo / ilustrador: monogonzalez.blogspot.com.ar
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