Opiniones| martes, 6 de junio de 2017

Miremos la masculinidad: ya está siendo tiempo

Actualmente todas las identidades genéricas construyen soluciones para la equidad de género. Esto no sucede con la identidad masculina, obturando dichos procesos o quitándoles potencia. En esta nota de opinión, miramos el cómo y por qué se construye la masculinidad y sus efectos negativos: la dominación masculina y las violencias machistas.


por Germán Rómoli

Es tiempo de interpelar la masculinidad. Transitamos un momento histórico donde la movilización y organización de todas las identidades de género (excepto la masculina, a excepción de felices experiencias como por ejemplo los Colectivos de Varones Antipatriarcales) está avanzando con pasos firmes. Entre otras, las sujetas trans reclaman la aplicación efectiva de los cupos laborales o las sujetas mujeres marchan por #niunamenos o hacen paros masivos. Todas están construyendo posibles soluciones y demandan su concreción. Sin embargo, este poderoso proceso de cuestionamiento del sistema patriarcal no está siendo acompañado con la misma energía por parte de los sujetos que portan la identidad masculina. Y esto se vuelve una dificultad si entendemos que el género, como toda la vida en sociedad, es una relación entre las personas. Dificultad en tanto obtura la búsqueda de equidad entre los géneros o, de mínima, le quita envión y potencia. Es importante aclarar que cuando bregamos por poner en agenda pública el tema de la masculinidad no lo estamos restringiendo solamente a los varones sino que incluimos a todas las identidades de género: las mujeres, las trans, las lesbianas, los gays y toda persona que habite en la sociedad. Nuestro esfuerzo por poner la mirada en el cómo y por qué se construye esa masculinidad en nuestra sociedad de hoy, siempre es en relación con las otras identidades de género y los efectos negativos que surgen de la misma: hablamos de la dominación masculina y las violencias machistas.

Lo que entendemos por masculinidad es una identidad construida socialmente y, por eso, cambiante según cada momento histórico. Al ser una entidad que cambia no se pueden establecer características particulares fijas. Esto podemos notarlo fácilmente al comparar las formas y conductas de nuestro abuelo con las de nuestro padre, quienes emparentados pero nacidos en tiempos distintos no se desenvuelven igual. Sin embargo, sí existen algunos elementos persistentes a lo largo de las generaciones, y que por lo tanto, se constituyen en una suerte de ejes básicos a la hora de definir la masculinidad. Ser varón, en la lógica patriarcal, es fundamentalmente no ser mujer ni otra identidad de género. Así afirmamos que la construcción de la identidad masculina está guiada por las coordenadas de los estereotipos machistas. Estereotipos que se actualizan a cada momento pero que son una referencia ineludible.

Esto implica que realizar cualquier actividad o postura asignada (desde la lógica patriarcal) al universo de lo femenino significa por omisión emparentarse con eso femenino, situación que no está permitida para recibir el carnet de masculino. De esta manera, el universo femenino queda vedado para los varones, al mismo tiempo, que se lo desprestigia y descalifica. El hecho de que haya tareas, posturas, actividades, conductas que mayoritariamente sean realizadas por varones y otras por mujeres no es por causa biológica. Nos encontramos que los varones no usan el color rosa, no visten polleras, no llevan carteras, no se maquillan, no lloran en público o no comparten sus sentimientos. Los varones caminan de una forma rígida y no menean las caderas a cada paso. No se acarician entre ellos. No se contienen afectivamente ni hacen catarsis grupal. Estas restricciones existen no porque los varones desestimen esas tareas, posturas, actividades y conductas. O porque no las necesiten, o no les guste, o les parezca que no son útiles. Sucede porque están reservadas/impuestas para el universo femenino. En esta lógica, la expresión de la masculinidad se definirá en oposición a la mujer y todo lo femenino y deberá diferenciarse y excluir lo que no sea masculino.

Al mismo tiempo, pertenecer al club masculino implica acceder al usufructo de unos cuantos privilegios. Tener privilegios supone un tránsito favorable en distintas situaciones para quienes portan la masculinidad. Favorable no porque sea feliz sino por la comodidad y/o liviandad respecto de la responsabilidad en el desempeño de esas situaciones. Las personas masculinas habitualmente están exentas de asumir las responsabilidades que conllevan la resolución o la consecuencia de dichas situaciones. Se pueden mencionar algunos ejemplos. Los varones no cuidamos enfermos, no hacemos las compras cotidianas, no cocinamos ni lavamos ropa (las tareas domésticas no son agradables para nadie pero hay qué hacerlas y tenemos el privilegio de no estar obligados socialmente a realizarlas). No explicamos qué hacemos con el dinero ni cómo usamos nuestro tiempo (mayoritariamente somos la fuente de ingresos de la familia y lo administramos como deseamos. También estamos exentos de explicar donde estuvimos o por qué). Disponemos de los espacios públicos en el momento en que queramos sin dar explicaciones (si salimos de noche está bien, si viajamos solos está bien, si estamos en un bar está bien). Los varones estamos ubicados en un lugar preponderante e incuestionable y desde ahí, fuimos criados para sostener esos privilegios. Tenemos un arsenal de justificaciones aceptadas para que, incluso modificándose, todo se mantenga cómodo para nosotros. Que estamos cansados, que trabajamos mucho, que no sabemos cómo hacerlo, que no tenemos experiencia, que no nos gusta. Para pensar sobre esto, nos preguntamos: esos privilegios que tanto defendemos, ¿qué tanto nos privilegian? ¿Vale el esfuerzo sostenerlos? Sin duda que la masculinidad tiene “privilegios”, sin duda que los mismos se vuelven en “costos” y son altos.

La construcción identitaria de los varones está direccionada, en mayor o menor medida, por estos dos elementos: los estereotipos machistas y los privilegios. No afirmamos que estos dos elementos operen necesariamente en simultáneo ni en la misma intensidad. Sostenemos que, al menos, alguno está presente en la identidad masculina y que son una referencia (incluso para de-construirla).

En este punto, se vuelve posible ampliar la concepción del sentido sobre la masculinidad. Cuando se piensa en la identidad masculina hay una rápida tendencia a asociarla con personas que tienen pene y desean mujeres. Pero, lejos de ser una mera descripción del ser varón hétero, lo que referimos como masculinidad es una identidad más abarcativa que el límite trazado por la heterosexualidad. Las personas con pene y deseo homosexual (varones gays) también están dentro de la masculinidad. Asimismo como las personas que tienen genitales en forma de vagina y se sienten varones (varones trans). De esta manera encontramos que los varones héteros sostienen una superioridad por sobre las mujeres héteros, las lesbianas, las trans y los varones gays. Pero dicha superioridad también podemos encontrarla al interior del colectivo LGTTBI, para ejemplificar una situación, en los varones gays respecto de las trans y las lesbianas. En la situación del colectivo LGTTBI, no afirmamos que dicha superioridad sea sostenida en forma consciente o elegida. Solamente sostenemos que existe, y reivindicamos los muchos procesos y estrategias que se dan para desmontarla.

Finalizando, entendemos que existen expresiones de la masculinidad que imperan y se vuelven dominantes. Entendemos que dichas expresiones anexan privilegios, que en su mayoría se vuelven costos. Deseamos que la masculinidad pueda ser ejercitada en forma libre y sin violencias (para propios y para otros). Creemos que es tiempo de analizar las masculinidades y buscar cómo claudicar sus privilegios. Nuestra invitación es ir más allá de defenestrar contra lo imperante (tarea necesaria sin duda) y analizar por qué y cómo eso se construye (tarea necesaria y superadora). Fundamentalmente, porque proponemos la muerte del macho pero no de la persona, porque creemos –y no claudicamos- en la transformación (como las mariposas de Lohana) colectiva de las dinámicas sociales machistas. Está siendo la hora que los sujetos masculinos escuchen, se sumen y se comprometan colectivamente al proceso de cuestionamiento de los géneros ya iniciado. De lo contrario, vamos a llegar tarde a la fiesta.

Fotógrafo / ilustrador: Soy Luxor

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