– ¿Qué perspectivas abre la revolución científica y tecnológica que estamos viviendo en la actualidad?
– Es muy paradójico lo que está sucediendo ahora porque la gente no es muy consciente de que estamos en medio de una colosal revolución científica y tecnológica porque esta vez el gran capital ha hecho un esfuerzo sistemático por asfixiarla. Cosa que parece una cuestión absolutamente absurda, pero en realidad, y a diferencia de lo que ha pasado en los últimos cinco siglos, en la crisis estructural de sobreproducción del capital se vuelve contraproducente el desplegar todo ese potencial gigantesco de innovaciones porque haría todavía más baratas una cantidad enorme de mercancías, lo cual contradice la necesidad o la exigencia de una tasa de ganancia mayor por parte de estos monopolios. Entonces, es muy importante tomar en cuenta eso, por un lado, en términos de las capacidades reales del capital de salir de esta crisis en tanto monopolio y, por otro lado, en el sentido de que hay una diferencia frente a los costos prohibitivos que significaban los umbrales de inversión en las revoluciones científico tecnológicas pasadas. La producción flexible y las nuevas tecnologías que están disponibles ahora abren las puertas no sólo a unidades productivas mucho menores, para un proceso de desconcentración que rompe con la tendencia de los siglos anteriores, sino también que favorece formas mucho más democráticas. Lógicas productivas que no necesariamente se basan en la ganancia por la ganancia o la acumulación por la acumulación, y que por el hecho de que involucran economías de escala, economías de red, economías de orientación, generan una serie de externalidades positivas muy difíciles de gestionar desde el concepto estrecho de la propiedad privada y de la ganancia capitalista, generando perspectivas de construcción societal alternativa en el aquí y el ahora.
– ¿En dónde y cómo se pueden construir esas alternativas teniendo en cuenta tu experiencia en la edificación del Banco del Sur?
– Es muy importante ubicar la necesidad de plantear alternativas también en un campo que ha estado totalmente abandonado por el pensamiento crítico; necesitamos disputar la naturaleza de la moneda. Tiene que dejar de ser una moneda que sirva para más explotación, discriminación, exclusión y especulación. Al contrario, debería ser una moneda que permita que los pueblos puedan validar su trabajo, tenderse puentes mutuamente, construir formas superiores de integración. En el caso de América Latina, eso se vuelve una urgencia porque la hostilidad y la ferocidad con la que se está desplegando la crisis estructural del sistema plantean claramente un nuevo episodio al que va a ser sometido, en el marco de esta restauración conservadora, el continente entero. Esto plantea un desafío para los pueblos, que es el poder defenderse en el plano de la economía. Entonces, partir del tema de la moneda y un nuevo tipo de banca de desarrollo, tener una alternativa al Fondo Monetario Internacional en términos de una red continental de seguridad financiera, marcan condiciones elementales de existencia del continente como tal. A este siglo decía Perón “o llegamos unidos o no llegamos”, entonces el problema que se está planteando verdaderamente es cómo hacemos realidad la viabilidad de las economías y las formaciones sociales de América Latina. Ahora, cuando uno profundiza la perspectiva de la nueva arquitectura financiera en el plano regional como condición necesaria pero no suficiente para una intensificación y concreción del proceso de integración, uno se da cuenta de que la réplica de esas posibilidades a nivel de cada economía nacional puede convertirse en una palanca enorme en la construcción societal de otras lógicas productivas. Por ejemplo, el disputar la moneda a nivel local con la construcción de circuitos locales de pago y una cantidad de posibilidades que se plantean desde las nuevas plataformas telemáticas al servicio de la economía popular y solidaria, abre otros campos de viabilidad, otros mecanismos muchos más auspiciosos de articulación con la economía del Estado, con la economía del mercado, con la economía inclusive de las grandes corporaciones. No me estoy refiriendo a la lógica del microcrédito tipo Banco Mundial, sino al tema de la cooperativa de ahorro y crédito, a la caja de ahorro, al tema del banco comunitario conectado a través del sistema electrónico de pagos de los bancos centrales, con lo mejor de la telemática. Es central una nueva noción de la moneda y la posibilidad de establecer redes de seguridad financiera que defiendan a la economía del pueblo de la presión predatoria de las grandes corporaciones y bancos. Esto abre las posibilidades de un proceso de transformación de la formación económica y social que puede tener un espacio fundamental desde las políticas públicas, pero también podría abrir un espacio de iniciativa desde la sociedad civil.
– ¿Cuáles son las experiencias más importantes de la Superintendencia de Control del Poder de Mercado donde actualmente desarrollás tus funciones?
– Lo que hemos hecho es buscar mecanismos creativos que permitan empoderar a la ciudadanía en torno a aspectos que se los asumía como algo técnico, como algo tan natural como la ley de la gravedad: el mercado, las leyes de la oferta y la demanda. Parte del proceso de construcción de alternativas societales requiere no sólo transformar la lógica de las monedas, la lógica de las finanzas, la lógica del crédito, la lógica de las seguridades financieras, sino también la lógica del mercado. Entonces, lo que se ha logrado conseguir es una convocatoria para que sectores que han estado históricamente discriminados respecto al funcionamiento del mercado puedan tener un espacio y una presencia persistente en el largo plazo en términos de generar otra lógica de competencia. Ya no es la lógica de la competencia monopólica nomás, sino la presencia de otras motivaciones internas en el funcionamiento de la economía productiva: la economía familiar, la economía comunitaria, las cooperativas de trabajo, que están dando otra tónica al asunto. Hemos logrado que en año y medio, 772 millones de dólares de compras de los supermercados vayan por primera vez a la economía popular y solidaria en lugar de irse a importaciones o a las grandes transnacionales; esto significa irrigar el tejido productivo desde el territorio y la comunidad, abriendo las posibilidades de un nuevo tipo de articulación en la relación proveedor-cliente. Es una respuesta muy importante de los productores, pero también en la calidad de esa respuesta encontramos una transformación de la actitud de los propios dueños de las cadenas monopólicas de los supermercados, y también una transformación del consumidor, porque en el Ecuador esto está atravesado no solamente por un problema de la eficiencia en la relación costo-beneficio, sino también por una serie de atavismos racistas, en términos de que el origen, por ejemplo de una producción campesina de un plato típico en el Ecuador, está muy estigmatizado por ese origen; ese origen indígena, símbolo del mal gusto, símbolo de la superstición, símbolo de lo vulgar, símbolo de las cosas del atraso. Entonces, el haber colocado estos productos en el supermercado no solamente significa el tema cuantitativo y economicista, sino que tiene muchísimas dimensiones en lo que tiene que ver con la autoestima de la gente, con la lucha cultural, con la lucha ideológica, con la lucha en contra del racismo, con la participación de la gente, con la construcción de derechos, la construcción del derecho a tener derecho inclusive de sentarse a negociar con el dueño del supermercado. Por supuesto que eso es capitalismo, pero es un capitalismo en el que la gente está rompiendo con la lógica de la alienación y del fetichismo al asumir la soberanía sobre su propio destino. Plantearlo desde esa perspectiva ha sido clave para abrir otro tipo de luchas, relacionadas con la articulación de esa economía del pueblo en un nuevo tipo de relación con las instituciones del Estado, en lo que tiene que ver con la tramitología, los permisos y el viejo concepto de la informalidad. Pero también con lo que podríamos llamar el ecosistema de innovación en ciencia y tecnología, aprovechando de que en ciertos aspectos intersticiales de la actual revolución científico y tecnológica es posible encontrar soluciones en la frontera de la tecnología en la academia, en condiciones institucionales en las que históricamente hubieran sido imposible sobre la base de la organización de los productores territorio por territorio. Se ha logrado tener un canal directo a los investigadores, a los profesores, a los estudiantes de las distintas disciplinas, inclusive en las ciencias duras más avanzadas. Lo que ha logrado el Ecuador es ir generando capacidades locales para encontrar una intensa solución en términos de ciencia y tecnología, cosa que antes estaba totalmente vedado. La economía popular y solidaria por definición era algo que tenía que ver con el neolítico, no con las tecnologías del siglo XXI, y eso nos ha permitido que campesinos con 500 hectáreas de la Federación Ecuatoriana India, una organización muy militante en el Ecuador, este ahora además discutiendo temas de mejoramiento genético de conejos, gallinas, chanchos, borregos, vacas. O artesanos muy impactados por la exposición de su salud al tema tan contaminante de la curtiembre, de los ácidos y de la contaminación en el medio ambiente, de pronto empiezan a tener una solución en torno a la nanotecnología, un tema que probablemente ni los propios vecinos, ni los propios protagonistas siquiera habían oído hablar antes al respecto. O la posibilidad de que productores de juguetes artesanales estén incorporando microelementos de robótica, en condiciones bastante asequibles y con prohibiciones de mercado significativas pero que en los hechos está abriendo puertas a la creatividad, a la innovación, antes totalmente impensadas. Entonces, la idea es cómo vamos consolidando este proceso en términos de una propuesta, de una campaña de desalienación, de desfetichización, de construcción de un nuevo sujeto histórico que no necesariamente pasa por las visiones tradicionales del asalariado.
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