Diálogos| miércoles, 16 de noviembre de 2016

Mónica De Martino: “Tenemos que transformar nuestras prácticas porque la miseria se ha instalado”

Se formó como trabajadora social en la Universidad de la República Oriental del Uruguay y luego obtuvo un Doctorado en Ciencias Sociales. Participó en varios eventos académicos de la Facultad de Trabajo Social de la UNLP y ha acompañado las experiencias de reflexión que viene transitando la institución desde su pase a Facultad en 2005. En esta entrevista realizada en el III Foro Latinoamericano, analiza las tensiones que generan los procesos de igualdad y desigualdad en América Latina y en el campo disciplinar del Trabajo Social.


por Verónica Cruz

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– En relación al eje del III Foro Latinoamericano de Trabajo Social ¿cómo debaten ustedes en Uruguay la cuestión de la igualdad y la desigualdad en la región?

– El tema del Foro es preocupante desde diferentes perspectivas. Una primera es el crecimiento aceleradísimo de la desigualdad y la acumulación de la riqueza, aunque hubo etapas históricas donde se produjeron procesos de igualdad importantes, como en la Revolución Francesa, el mundo de posguerra, las revoluciones socialistas y estas décadas de gobiernos progresistas en América Latina, más allá de nuestras posibles opiniones críticas. A pesar de estos momentos históricos que desarrollaron procesos de igualdad, lo cierto es que la acumulación de la riqueza en pos de la desigualdad es alarmante y contante desde el siglo XVIII. Paralelamente al desarrollo de igualdades existenciales, lo que hace a derechos, derechos humanos y la vida entendida dignamente, es necesario señalar la contrapartida de la desigualdad en estos términos: somos iguales, por ende todos debemos tener el derecho a la satisfacción de todo tipo de necesidad (básica, afectiva, a nivel educativo, entre otras). Lo que ya sabemos que se entiende tradicionalmente como derechos políticos y sociales, culturales y económicos. Pero también es cierto que debemos entender que somos desiguales y que hay desigualdades que deben ser reconocidas y respetadas. Un ejemplo clásico son las desigualdades en términos de sexualidad, ya que hemos avanzado en la legislación con respecto al matrimonio igualitario. La desigualdad en términos de diferencia son aspectos complementarios que deberíamos estar atentos. Ahora para el Trabajo Social, este empobrecimiento de sectores poblacionales amplísimos muestra que la desigualdad crea pobreza, la desigualdad mata, merma e invalida de diferentes maneras. Pensando sólo en ciertas estadísticas a nivel mundial, creo que es un llamado de atención para recuperar mínimas nociones que hacen no a un ideario arcaico y conservador, pero sí a la idea de semejanza, proximidad e igualdad en términos que somos seres humanos y que habitamos un mismo planeta. La aspiración ultima que no debe desaparecer es aquella máxima marxiana que debe llegar el día en que los frutos, la riqueza del trabajo, se distribuya de tal manera que a cada cual de acuerdo a sus necesidades; y ese a cada cual de acuerdo a sus necesidades habla también de diferencias individuales, de personalidades, de gustos, que también es necesario respetar. El Trabajo Social, lo digo desde la experiencia de mi país, tiene mucho para decir respecto a lo que ha hecho o lo que no ha hecho en políticas sociales aún en un marco progresista. Lo que ha hecho y lo que no ha hecho el Trabajo Social en ese encuadre de políticas sociales que meramente ha tratado de superar los niveles más indignos de la pobreza y en los que ha permitido avanzar en términos de una desigualdad muy profunda. La responsabilidad obviamente no es de la profesión. La profesión tiene que decir qué ha hecho, qué ha pensado, qué ha producido, qué ha hecho en términos del trato con esos otros seres humanos que están en una clarísima desventaja social.

– Se puede pensar en qué se ha hecho para tener una sociedad diferente, esta conceptualización respecto a Uruguay que mencionabas. Nosotros en Argentina venimos de un proceso en donde el pueblo ha conquistado un marco legitimo protectorio de derechos en el campo de la salud mental, la identidad de género, en las infancias, la discapacidad, en el consumo problemático de sustancias, un conjunto de leyes que son progresistas, que reflejan claramente el enfoque de derechos. Sin embargo, venimos trabajando desde nuestra Facultad en algunas líneas de investigación que procuran dar cuenta de una segunda pregunta que ustedes también están mirando, de cómo trabajar esos escenarios como analistas que no anulan per se la atención constitutiva que tiene la organización capitalista de la sociedad y la perspectiva o el discurso de los derechos humanos. Ahí entra en cuestión la igualdad jurídica aparente y la desigualdad económica, cómo esas tensiones se transitan para que haya este reconocimiento en términos de universalidad y la posibilidad de pasar de la retórica a la efectivización de prácticas. En eso coincido mucho con esto que vos decís de que la profesión tiene muchísimo para hacer, para preguntarse, para interpelarse, porque por momentos pareciera que algunas cuestiones de este tiempo histórico van un paso más adelante y las profesiones o las ciencias todavía tenemos que acomodar nuestros planteos y nuestras preguntas a eso.

– Porque alcanzó con el atribuir derechos para el Trabajo Social, alcanzó con eso. Pero a la hora del trabajo con el otro, hay una máxima que a mí me gusta mucho, que dice algo así, no la recuerdo de manera textual: por qué tenemos que transformar nuestras prácticas, porque la miseria se ha instalado. Entonces hay que cambiar esa forma de pensar. No quiero generalizar en la región, pero este avance en derechos también tiene un sesgo, un tinte individualista que es lo que se habló en la mesa que recientemente acaba de terminar con Fernando Siqueira Da Silva, Teresa Matus y Margarita Rozas Pagaza. Los derechos se piensan aún en clave individual, son atribuidos a un sujeto y no son pensados en clave universal. Hay diferentes experiencias obviamente, como conquistas de colectivos y colectivos que además tienen historias que no se resuelven con el pueblo porque, al menos en mi país, los grados de movilización son muy bajos. Los grados de movilización de los movimientos sociales son muy bajos, hay cosas que tal vez hayan sido otorgadas y no conquistadas. Estoy hablando del periodo progresista, estoy hablando de una historia muy a largo plazo; entonces el discurso de los derechos me produce una actitud de advertencia. Robert Castel hablaba de las protecciones universales, la solidaridad como sentimiento y como vivencia; el sentirse fraterno, semejante, solidario, es lo que me permite pensar en que la igualdad es un sentimiento que es frágil en la actualidad. Entonces creo que hay que estar atentos a esta cuestión de derechos y además pensar en clave de derechos. No es una crítica absoluta, estoy señalando que hay aspectos que habría que pensar y no simplificar. Si nos quedamos en este nivel de derechos, nos estamos limitando la posibilidad de pensar y repensar la justicia. En qué justicia estamos pensando: una justicia formal, una justicia que está para dialogar, no solamente para aplicar; o en una justicia como proyecto ético político, tanto que se habla del proyecto ético político del Trabajo Social, en acabado y en constante construcción. Son estas cuestiones las que me provocan ciertos ruidos cuando hablamos políticamente, profesionalmente en clave de derechos. Creo que tendríamos que profundizar este tipo de reflexiones.

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